martes, 5 de enero de 2016

Tazas de café.

                                                                                                                                                 5 de enero.

Eneas:

Me va a estallar la cabeza.

No sé qué hago aquí, discúlpame. Eres como el rincón de mi mente al que llamo "casa", el hogar al que siempre acabo volviendo. Sé que estás dormido, que hace seis meses que no nos vemos ni hablamos, y que vas a acabar harto de mí porque sólo vengo cuando te necesito. No quiero que digas nada, sólo escucha.

Estoy acojonada.

Es horrible sentirse tan jodidamente pequeña cuando siempre has sido la alta, la grande, la que llama la atención pero inmediatamente se vuelve invisible. Ahora mismo me siento pequeña e indefensa. Y es horrible.

Llevo un tiempo sintiéndome así. Frágil, desprotegida. No soy yo y no sé qué me está pasando. Llevo días corriendo, huyendo de mi mente. No pueden atraparme, ¿lo entiendes? Si me atrapan, ¡estoy perdida! No duermo, no como, no salgo. Y, sin embargo, nunca estoy en casa. Me he perdido a mí misma, necesito que me ayudes a encontrarme. Tú eres mi mejor amigo, mi hermano mayor, la otra voz de mi cabeza. ¡Tú sabes dónde estoy, ayúdame!

Siento que voy mendigando un poco de afecto de cualquiera que me abre sus brazos. Es repugnante, me doy asco. Tranquilo, no se me está yendo la cabeza. Pero es que al ser tan pequeña nadie te ve. Lo ignoran, no les importa. Y yo voy escalando las mesas y metiéndome es sus diminutas tazas de café para sentir un poco de calor. Odio a esa gente porque dependo de ellos, de sus tazas de café. De lo contrario, moriré congelada. Y sé que es estúpido, porque se toman el café frío para no quemarse sus delicadas lenguas. Pero necesito ese calor que te envuelve cuando alguien te abraza, esa quemadura justo en el corazón cuando alguien te quiere de verdad. Es invierno y hace frío, y yo soy pequeña. 

Sin embargo, tú no bebes café. Por eso he venido a ti. Para darme calor, tú te vuelves igual de pequeño que yo y te tumbas a mi lado, siempre lo haces. Te esperas hasta que ya no tiemblo, y nunca pides nada a cambio. Otras veces, en cambio, me pones debajo de tu lupa y te quedas horas observándome. Pero al menos me ves, ¡sabes que estoy aquí! Eso me recuerda que no me he vuelto completamente loca, que existo y que no te has ido. No, tú nunca te has ido del todo.

Oh, chico, ahora sé cómo se sentía Alicia en el País de las Maravillas.

Bah, deliro.

El caso es que llevo varias noches sin dormir. No puedo dormir. ¡Me aterroriza dormir! Me da muchísimo miedo dormir porque ahora a mi cabeza no quiere desconectar y le apetece hacer una carrera para perseguirme hasta que me agote y no quiera salir de la cama en días. Pero a las cinco ya estaré en pie, como siempre. Y me levantaré con ganas de gritar, llorar y patalear. En lugar de eso, se me olvidará respirar. De vez en cuando me pasa, olvido respirar durante unos minutos. Luego me marearé y abriré la boca para coger aire. ¡Y me dará pánico salir de mí habitación! Pasará algo bonito, algo maravilloso. Durante el resto de la tarde se me olvidará que soy yo. Me distraeré, buscaré algo que hacer. Eso siempre funciona, ¿sabes? Después fingiré que tengo sueño, pero me volveré a pelear con la cama.

Justo como ahora.

Estoy tirada en el suelo viendo la cama con sus sábanas de pelo muy estiradas y su edredón que calienta demasiado. La maldita almohada que me da dolor de cuello y un peluche que no sé qué hace ahí, yo no lo he puesto. 

Necesito que vengas a dormir conmigo, ¿lo harías por mí? Cuando era pequeña y tenía una pesadilla, mamá se metía en mi cama y su calor me tranquilizaba. Aguardaba hasta que yo me calmaba y volvía a dormirme, y entonces se iba. No sabes lo que odiaba despertarme y no verla a mi lado. Necesito que duermas conmigo y me des la mano, o que dejes que te agarre de la camiseta. Necesito saber que estás ahí, esperando atento a que vengan a cogerme. Sé que tú jamás dejarías que me llevasen. Nunca permitirías que me hiciesen daño. ¿Puedes dormir conmigo?

Te juro que como me tumbe en esa cama o la deshaga y me meta dentro, me ahogaré. Moriré. De alguna forma u otra, me haré pedazos. Por dentro o por fuera, literal o metafóricamente; si toco esa cama, me haré daño. 

Te prometo que nunca he sentido tanto miedo.

                                                                                                                                                           Elia.




No hay comentarios:

Publicar un comentario